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El 30 de julio de 1888 se publicó “Azul”, un libro de cuentos y poemas de Rubén Darío que, con el tiempo, ha sido considerada como una de las obras más relevantes del modernismo hispánico. En la literatura en lengua española, el término modernismo define un movimiento literario desarrollado entre los años 1880-1920 cuyas características básicas se resumen en un refinamiento aristocrático, casi narcisista, que lleva a una sublimación del cosmopolitismo, pero también a una ambigua rebeldía creativa. Atributos que, en definitiva, hermanan al célebre literato nicaragüense con el periodista, pintor y dramaturgo Santiago Rusiñol, considerado como uno de los líderes del modernismo catalán y por el que Darío siempre tuvo singular consideración.

«¡Gloria al buen catalán que hizo a la luz sumisa / jardinero de ideas, jardinero de sol / y al pincel y a la pluma y a la barba y a la risa / con que nos hace alegre la vida Rusiñol!»,

recitó en una cena que tuvo lugar en Barcelona el 14 de enero de 1914. El poeta, considerado como el “Príncipe de las letras castellanas”, había abandonado precipitadamente Mallorca semanas atrás y, aquel, sería su último encuentro. Aunque Darío y Rusiñol vivieron largas temporadas en Mallorca, frecuentando el mismo grupo de amigos e, incluso, la misma casa en momentos diferentes, jamás llegaron a encontrarse en la isla.

Como reacción opuesta al modernismo, pocos años después –más concretamente en 1918– surgió en España el llamado ultraísmo, movimiento que seguía el modelo creacionista del chileno Vicente Huidobro y que era paralelo al dadaísmo creado en Zurich por Tristan Tzara. Aunque limitado a lo literario y a lo poético, supuso una renovación creativa que, durante más de una década, tuvo un singular impacto en el mundo de la revista, especialmente en Vltra. Jorge Luis Borges, instalado en Madrid en 1919, se convirtió en uno de sus principales defensores. Mediante un manifiesto, el escritor argentino se encargó de sintetizar algunas de las principales características del nuevo movimiento, entre las cuales cabe destacar el uso remarcado de la metáfora, la abolición de adjetivos considerados inútiles, la pasión por los neologismos o el carácter confesional de los textos. Fue algo tan novedoso en su momento que deslumbró a jóvenes intelectuales mallorquines, como Jacob Sureda. Víctima de la tuberculosis en 1935, el joven dejó un único libro de poemas –“El prestidigitador de los cinco sentidos”– que pasa por ser uno de los principales referentes del ultraísmo en el contexto insular, si bien su amplia base de influencias literarias le impiden ser considerada una figura exclusivamente ultraísta.

A pesar de ser figuras contrapuestas en el aspecto creativo, la vida de unos (Darío, Rusiñol) y otros (Borges, Sureda) tiene como punto de encuentro un escenario singular: la Cartuja de Valldemossa.

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