Para Miró, la poesía y la pintura eran esencialmente lo mismo: un cuadro no era más que un poema expresado de manera gráfica. El propio artista dijo:
“Intento aplicar colores como palabras que forman poemas, como notas que forman música”.
La relación de Miró con la poesía siempre fue muy especial. La descubrió de joven, como estudiante de la academia de Francisco de Asís Galí (uno de los primeros lugares donde el catalán pudo estudiar arte). Todos los sábados, alumnos y profesores de esta escuela hacían una excursión al campo para poder contemplar los paisajes que dibujarían más adelante. Después, ya de vuelta al atardecer, se quedaban escuchando música y leyendo poemas.
El fuerte sentimiento de Miró hacia la poesía hizo que colaborara con muchos poetas, sobre todo de habla catalana, para los que ilustró muchos de sus escritos. Es el caso de la obra que nos ocupa. La ilustración es de un poema de Anselm Turmeda, poeta mallorquín de la Edad Media, que realizó su producción literaria en catalán antes de convertirse al islam y empezar a hacerlo también en árabe.
La obra tiene la marca de identidad de Miró: sencillez de colores y formas, esquematismo y pensada composición.
Aina Ferrero Horrach.